El techo y la pared dejan una fisura. Por allí se cuelan siempre los maullidos de la gata en su copulación a las tres de la mañana. Hoy que llueve el agua se escurre por la rendija, humedeciendo la casa. Hay frío y silencio. Un silencio violentado por los golpes de lluvia en la azotea y la calle. Yo en la silla. Los ojos en el cuadro de la pared que se deshace. Un reguero de color toca el suelo y se agrupa en charcos de agua como los fantasmas de mis manos en tu espalda, hace unas semanas. Las manos temerosas al principio, inseguras, manos de pan decías y las besabas. Manos de pan, que solas en la frialdad de la noche, buscan un sitio donde dibujar fantasmas.
En la pared apenas sobreviven unas sombras. Ha llovido mucho. Lo sabíamos, al primer aguacero, la acuarela se regaría por el cuarto. Lo no imaginado era que la separación antecediera a la lluvia y el efímero cuadro fuera el último resto, al menos visible, de lo nuestro.
La gata salta de la cama. Dentro de poco darán las tres y lo presiente. Los goterones no han finalizado. Se desespera. Mueve la cola interrogándome sobre el cese de la lluvia. La interrogante se torna una súplica que aflora desde los cristales verdes en la cara: ¿Cuándo parará de llover? Nunca. Ojalá no termine nunca. Se acurruca a los pies de la silla. Clava sus ojos en los míos y los cristales brillan, como dos bujías a punto de estallar.
La echo a un lado y miro la pared. Ahí estamos. Ella en el centro, tú seguro pensabas en mis manos, porque en el cuadro tienes la mirada astuta de cuando quieres algo, yo sonrío, adivinaba tus deseos de que terminara de pintar. Elucubraciones. Madrugadas en que los gemidos aquí dentro se unían con los gatos en el tejado. Ahora la odio, porque me he quedado a escucharla en la soledad de esta casa. Se acerca nuevamente. Envidio sus maullidos, los mimos sobre su vientre. La lluvia se detiene y me voy quedando seca, desarticulada, sin fuerzas. Trato de impedir que salga, pero logra escabullirse por la puerta entreabierta.
El ajetreo en el techo. Yo en la cama. Las manos de pan hacen círculos por todo mi cuerpo. El gimoteo crece. Concluyo agitada como los gatos, pero sola. Estoy sola y aterrada.
La gata entra maullando, se sube en la cama y suelta algunos de sus pelos sobre mis senos, todavía desnudos. Se burla de mis ganas, del deseo incontenible de que me mimen. Gata estúpida, grito irritada.
En un ademán por no estrellarse la gata araña su rostro en el cuadro. Afuera, el silencio, esa mudez que lo devora todo. Aquí, algo ha cambiado, a la orilla de un charco púrpura que se impone entre los demás, la gata gime y deja caer la cola.
Saturday, December 26, 2009
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