Saturday, December 26, 2009

El río, de Juan Cueto-Roig

(Del libro "VEINTIÚN CUENTOS CONCISOS", Editorial Silueta, Miami. Enero 2009):

Éramos dos hermosos príncipes. Soberanos de todas las tierras que alcanzábamos a ver desde la alta ventana, atalaya que nos permitía divisar aliados y enemigos. Carromatos guiados por súbditos fieles proveían las despensas del asediado castillo. Bandidos apostados detrás de los árboles esperaban el momento oportuno para atacarnos. Y camuflados espías simulaban pescar en el pequeño río que irrigaba nuestro reino. Mientras, varias mujeres lavaban junto al rumor de las aguas y un rebaño de ovejas pastaba indiferente a la trama que se urdía a su alrededor.

Ahora, el río había desaparecido. Y sin embargo, este es el mismo cuarto donde me enseñó a acercar el termómetro al bombillo para fingir la fiebre, la cual haría posible mi permanencia en la enfermería un día más. Su último día. Porque él ya no tenía que inventar fiebres ni dolores. Tan mal estaba que murió la mañana siguiente.

Lo vistieron con el traje que usábamos los domingos y días festivos y lo tendieron en la capilla. Desfilamos frente a su cadáver que, según comentarios, se había estirado. Y era verdad: muerto creció como dos pulgadas. También había desaparecido el color rosado de sus mejillas. Un rosario y las manos resaltaban su blancura sobre el saco azul Prusia del uniforme.

Al día siguiente llegó la familia. Vinieron desde muy lejos, del otro extremo del país. Como yo había sido el único testigo de su muerte, el director me condujo a un salón donde se hallaban los padres.

«Se quedó dormido después de asomarnos a ver el río», fue todo lo que pude decirles. Pero querían saber más. «¿Te habló de mí?, ¿mencionó mi nombre?», preguntó la madre. «¿Se quejó?», indagó el padre. «No, después de asomarnos a ver el río se acostó, me dijo hasta mañana y se quedó dormido», respondí.

Lo peor fue tener que dejarlo solo por la noche en la capilla. Porque eso sí me dijo: que lo que más temía era quedarse solo. Por eso me enseñó a acercar el termómetro al bombillo.

Y ahora, ¿a qué vine?, ¿qué hago yo cuarenta años después en esta habitación que ya no es lo que era, sino un almacén lleno de cajas y desperdicios? No hay nada que indique que entre estas cuatro paredes murió Paulino. Total, si ya nadie se acuerda de lo que pasó aquí. A mí mismo a veces se me olvida que existió ese niño. Si hasta el río ha desaparecido.

No comments:

Post a Comment