Los lectores y los autores están igualmente desesperados. Hoy fui a una librería en la que dos vendedores sostenían una ácida discusión que me interesó, se trataba de un libro recién publicado, pero ninguno de los dos pronunciaba su título.
Me hice la distraída andando de un estante al otro. Uno de ellos impugnaba: No se puede leer, no se entiende de qué trata, si tú lo leíste y te gustó debes revisarte con un siquiatra.
El otro lo miraba desafiante, parecía dispuesto a pasar a la acción.
Me hubiera gustado ver cómo dos lectores se podían propinar golpes por un libro, pero el atacador se controló, el otro fue bajando la guardia física, la calma aparente se instalaba cuando la señora que hacía los cobros encendió de nuevo la cuestión señalando que el libro es una verdadera porquería, poniéndose por tanto de parte del primer vendedor que ahora, apoyado por otra opinión, se irguió para dejar bien claro que las chusmerías y los relajos no son signos de calidad en una obra. A esto le siguió el ruido
Yo cogí
De cualquier forma, volvió a sentirse en la librería esa quietud propia de los espacios llenos de arte. La misma que se percibe en los museos y en los teatros. Pero se trataba sólo de un receso, a la vuelta estaba el vendedor enfurecido, esta vez para decir en voz muy alta que ninguno de los dos sabe leer de verdad, porque son una pareja de mediocres que no ven más allá de las cosas. Entonces el núcleo se formó justo al lado de mí, y no me quedó más remedio que mirarlos para no parecer sorda. La señora de los cobros agitaba su melena lacia al impugnar su derecho a leer lo que me dé la gana, quién eres tú para catalogarme si ni siquiera estás evaluado de librero. Parece que no cabía ahí el recurso
La señora de los cobros tosió enderezándose un poco. El primer vendedor que habló fue el mismo que salió a coger aire. Me dijo algo que no puedo recordar en su totalidad, pero estoy segura de que incluía las palabras mi compañera de criterios, la que sabe leer, la que no quiere dejarse llevar por malas opiniones. Todas en suave y cariñosa dicción. El otro vendedor comenzó a reírse con grandes y ruidosas carcajadas que le hicieron perder el equilibrio y doblarse sobre
Vendedor 1. Usted estaba allí, apoyándome en silencio, y eso es algo que mucho le agradezco. Diga por favor a estos dos compañeros que ese libro marca una manera nueva de contar, que cuando es necesario escribir, y perdone, la palabra pinga, se escribe, porque lo importante es salvar al personaje de una falsa orientación. Dígaselo para ver si al fin entienden que la literatura es la vida.
Vendedor 2. No pierda usted su tiempo con nosotros, que valoramos los libros según nuestros gustos, y no
Señora de los cobros. Mire, yo sé que todo esto le parece innecesario, y lo es si al final usted se lleva el libro, pero si al contrario lo deja tranquilo en su estante, nosotros podemos decir que hemos evitado la divulgación de un título que nunca debió publicarse, porque ¡óigame!, hay que ver lo que se dice ahí y lo que se deja sin decir, que las dos cosas son importantes.
A mí, por supuesto, nunca me dieron la palabra. Pero, poco a poco, me había ido interesando en el libro, y los miraba tratando de ver la posible sinceridad de aquellos rostros conmovidos. Los tres me parecían espontáneos. Los tres me parecían exagerados. Pensé entonces en la terrible búsqueda de los escritores y de los lectores, y en ese soportar la incertidumbre que tanto he tenido que experimentar. Fue cuando decidí hacerles tres preguntas básicas: ¿Qué les molesta
Las respuestas fueron rotundas, a la primera mis supuestos adversarios contestaron que les molestaba la nueva onda esa de escribir cualquier porquería sexual y decir que era un libro. En la segunda respuesta había mucha profesionalidad:
No había nada qué hacer. Nada que añadir. Tenían bien clara su misión en la librería, y a pesar de que yo consideraba sus reacciones
A mi lado, con las páginas cerradas, está el libro que protagonizó una mañana clara de agosto, esperando su turno para reingresar en otra librería que acepte los usos literarios, y los abusos. Es la desesperada situación que ofrecen
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