Saturday, December 26, 2009

Fotos en las paredes, de Yoss

El que la descubrió fue el Zambo. Serían ya como las siete y estaba dando la ronda de antes de cerrar las puertas cuando la vio salir con los últimos dolientes.
Ahí mismito la fichó. Aunque a él le gustan las criollitas, caderúas y tetonas, jacarandosas y supermaquilladas, y ella era flaquita y planchá. Vestida además de negro normal, sin tacones, ombligo al aire, escotes ni pantaloncitos pélvicos, y hasta con el pelo recogido debajo de un pañolón prieto, casi una monja. Podría tener lo mismo 20 que 30 que 40. Ná que ver…
Parece que esa tarde el Zambo todavía no tenía apalabrada ninguna loca fúnebre para hacer cochinadas en el panteón de los Naturales de Ortigueira. Y seguro la tipa era la única del cortejo que tenía menos años que las pirámides. Pero aunque la vigiló todo el tiempo a ver si le daba una señal para poder entrarle, se quedó con las ganas; ella ni lo miró.
El Zambo tenía un sexto sentido para las locas fúnebres. Por muy decentes que parecieran o por muy escondidas que estuvieran en el bulto de familiares, él en cuanto les echaba el ojo sabía si estaban a punto de caramelo. Y luego lo demás era rutina: con el cuento de enseñarles a solas la tumba del ser querido si se tranquilizan y se portan bien, se pasó por la piedra a unas cuantas. No solo viudas tembonas como yo creía al principio, también se jamaba uno que otro bomboncito fresco, sobre todo de esas frikicitas puercas que venían a buscar cráneos, huesos y a celebrar sus riticos satánicos entre las tumbas. Y como el Buitre siempre decía que era todos para uno y uno para todos, a veces las compartía.
Yo no entré nunca en ese play: me dan un poco de asco las mujeres manoseadas por otros, prefería gastarme el baro que me buscaba en pagar las de la calle ¿para que sirve si no el dinero? Pero el Buitre sí lo hacía a cada rato y decía que se ponían loquísimas.
Será por la confusión de la pérdida, por las ganas reprimidas o la roña contra el destino injusto, o por esa desesperación que dicen hace que a alguna gente le entren ganas de templar en medio de los ciclones, los incendios y los terremotos.
O a lo mejor nada más que se dejaban emborrachar. Porque el Zambo es más feo que un trabajo voluntario el día que Industriales discute el play-off, si antes ni con las pordioseras se empataba, quién le iba a decir cuando empezó a trabajar en Colón que iba a comer tanto y tan bueno.
Y el Buitre… el Buitre es el Buitre, no es que luciera mal, se veía que había sido un tipo fino, no por gusto casi llega a embajador, pero ya ni con salfumán se le quitaba la peste a difunto, por eso le pusimos así.
Todo el mundo tiene su orgullo, y al Zambo tuvo que joderlo irse en blanco aquella tarde; el caso es que se le quedó grabada la estampa de la flaquita vestida de negro. Por eso cuando la volvió a ver al día siguiente con otro cortejo y en otra tumba distinta se quedó como de piedra.
Esa misma noche nos lo contó. Al principio no le hicimos mucho caso… total, él siempre está haciendo cuentos de luces y aparecidos, como si uno no supiera ni lo que es un fuego fatuo. Claro, cuando lo juró por su madre que está muerta y enterrada aquí mismo entonces sí se lo creímos. Igual el Buitre se encogió de hombros y dijo que a cualquiera se le mueren dos parientes seguidos, como para dejar la cosa ahí sin revolverla más.
Pero el Zambo seguía que no, que no era eso. Sí, ella estaba muy juntita con los parientes, pero ni lloraba ni nada, a él le daba que la moña era otra, y bien rara ¿no sería una necrófila de esas? Y ahí sí nos asustamos, porque si algún familiar descubría un cadáver ultrajado se nos iba a poner el picao malísimo, como hace un año cuando la puñetera Ofensiva Contra el Delito se echó a los que estaban antes que nosotros.
O, peor todavía: ¿y si ella también estaba en la misma lucha que nosotros con los trajes, las prendas y los dientes? Y seguro en combinación con alguien de afuera, las jevas nunca trabajan solas en estas cosas, parece que se impresionan más. Aunque los muertos impresionan a casi todo el mundo, la verdad. Empezando por mí cuando entré. Ahora ya no, ahora los prefiero a los vivos. Apestan, sí, con un olor que se te pega y que no se quita con nada, que lo diga el Buitre si no… pero por lo menos se están quietecitos ahí y no te joden
Ni hablar, no había cama pa´ tanta gente ni cementerio pa´ tanto carroñero. Había que vigilarla de cerca, pa´ cogerla nada más empezara a moverse extraño, en cuanto tratara de fugarse de talla.
Así que le montamos guardia, y enseguida se vió que el Zambo estaba claro: ahí había gato en jaba. La tipa venía todos los días tempranito, con los primeros sepelios de la mañana, al mediodía se apartaba en un rincón a la sombra para comerse un pan y una Tukola que sacaba del bolso, y después seguía dando vueltas de entierro en entierro hasta la hora de cerrar. Pero no se llevaba ni un florero ni un corona, nada de nada, ni volvía nunca a las mismas bóvedas, y eso nos tenía nerviosos, porque no lo entendíamos.
Llegamos a pensar que podía ser de la moná y andar preparando algún operativo, y por si las moscas suspendimos por una semana lo más peligroso, la arrancadera de dientes por la madrugada, aunque ella de noche no estuviera por todo esto.
El Buitre hasta habló de ir a visitar al Combinado a Diosdado, el Administrador que había antes, a ver si sabía algo de aquella tipa, pero la idea se quedó en eso: a nadie le gusta tener avances de lo que sabe que le espera tarde o temprano. Sobre todo si ya ha pasado por ahí, como nosotros.
No fue hasta los quince días que nos dimos cuenta de cuál era su bolá, y fue el Buitre el que se llevó el pase. No por gusto es el Administrador.
La tipa sacaba fotos. A los familiares, a las cajas, a todo. Con una camarita de esas digitales, chiquitica, de las que parecen un juguete pero valen un billete largo. Y no debía tener autorización, licencia o lo que fuera, porque aprovechaba cuando nadie la estaba mirando y hasta entonces disimulando debajo del pañolón.
Ahí nos mordió el sigilio: fiana no era, al clarinete, pero ¿no sería de la Seguridad, que estaba cazando a alguien que lo único que sabían es que no se perdería cierto entierro? Menos mal que el Zambo, que tanta paranoia nos metiera al principio, nos quitó enseguida aquella idea de la cabeza: la gente del Aparato tiene lentes de esos de larga distancia, para vigilar de lejos bien cómodos, y no iban a regalar así de mansa paloma a la misma tipa metida todo el día en el cementerio, que si nosotros la habíamos descubierto cualquiera podía también llevarse el pase y cazarla. Además, si estaban detrás de alguien ¿dónde estaban los prietos karatekas con cuerpo de escaparate para agarrarlo? El Buitre dijo que a lo mejor tenían a alguno con un fusil de mirilla telescópica y yo que quién sabe si flaquita y todo la tipa era cinta negra sexto dan. Pero el Zambo nos mandó a la mierda y dijo que estábamos viendo demasiados videos.
Total, que nos relajamos. Esa misma noche le sacamos cuatro muelas de oro 18 a uno que había sido vicecónsul en no sé qué país africano y no pasó nada. Y antes de tres días también habíamos vuelto a lo de siempre con los trajes y con los zapatos. Que el dinero siempre hace falta, y la calle está dura.
No era robar, no. Robar es robarles a los vivos. Los difuntos no cuentan. Sí, a todo el mundo le gusta enterrar a su gente con lo mejorcito. Pero total, si después de muerto no les sirve para nada y anda tanto cristiano por esta isla sin coba fina ni zapatos que valgan la pena…
Igual con los dientes y las prendas. El Buitre, que estudió y todo, decía que la palabra era reciclar. Yo no decía nada, y al Zambo le daba igual casi cualquier cosa, si a veces hasta se olvidaba de reclamar lo que le toca, lo suyo eran las locas fúnebres y más ná. Tenía siempre unas ganas como si nunca hubiera echado un palo, decía que así flaco y todo como estaba había tenido días de cinco o hasta seis. A veces lo jodíamos con que cuando estaba en el tanque fue cantimplora, por eso el empeño en recuperar el tiempo perdido como hombre, pero él se ponía serio y agarraba la pala con tanta roña que enseguida cambiábamos el tema. Porque todo el mundo tiene sus secretos y con ciertas cosas no se juega.
Ella siguió viniendo. Le pusimos la Fotógrafa y nos acostumbramos a ella, igual que nos acostumbramos al molote que hay siempre en la tumba de la Milagrosa o a los extranjeros que siempre querían ver la tumba con el doble tres del dominó. Vive y deja vivir. Marineros somos y en el mar andamos. Ella no nos molestaba, nosotros no nos metíamos con ella. El único que todavía la rondaba era el Zambo. Eso sí, miraditas nada más, pero sin hablar ni tocar, que fue por violación que cayó adentro hace quince años.
Y ella, siempre como si él no existiera.
Yo… bueno, nos cruzamos unas cuantas veces. Le gustaba almorzar sentada en las gradas del monumento a los bomberos, y a mí echar la siesta en el bancón de que hay por atrás, que tiene buena sombra y es de mármol fresquito. Pero igual ni palabra.
Hasta lo de la Funeraria. Era un lunes, y el primer entierro el de la madre de una mulata que estaba casada con un italiano de billete, pero faltaban algunas coronas. Armaron tremendo berrinche, llamaron al Administrador y todo. El Buitre llegó muy serio, empapado en colonia para que no se le notara demasiado el tufo a cadáver como hace siempre que tiene que tratar con gente bien, y trató de darles vaselina, compañeros, no es responsabilidad nuestra, lo sentimos mucho y todo eso… Tenía labia el cabrón, sí.
Pero la mulata y el italiano no entendían, así que cuando amenazaron con policía y juicio el Buitre se aconsejó y me mandó con la moto a la funeraria a ver qué coño pasaba con las puñeteras coronas.
Fui que más rápido ni en helicóptero. Aunque no me habían dicho ni dónde velaron a la vieja, yo fui derechito a ver al gordo Cadalso, el de la Capilla 2. Si hay alguien capaz de robarle los huesos a un muerto y vendérselos como abono a su viuda, es ese jabao panzón. Hasta vendía a cinco pesos los nombres de los muertos que estaban velando a la gente que esperaba para entrar al otro día en la Oficina de Intereses, hace años, cuando tenías que conocer hasta el apellido del tipo del velorio o no podías ni quedarte a dormir en los sillones de las capillas.
Lo malo que aunque le sabía un mundo a todas las trampas, Cadalso no tenía luz larga, no sabía pensar en grande. Por eso es que sigue donde está, y mira que lleva años ahí. El Buitre siempre le decía que se cuidara al caminar, que si se caía se moría de hambre, porque ni para comer hierba le daba esa guata que tiene en vez de cerebro, y el muy comemierda se reía sacudiendo la barriga y todo como si fuera una gracia.
Claro que había sido él el que enmarañó las coronas. Le bajé todo el play y las aflojó, aunque de mala gana. Pero ya se sabe que con los extranjeros no se juega, si llegan a poner una queja a nivel de embajada nos zumban una Auditoría y a cagar pelos nosotros y él.
Eran como las 7 de la mañana y no había un alma en toda Calzada y K. Se lo comenté a Cadalso cuando me estaba ayudando a montar las coronas en la moto y él se rió, secándose el sudor, porque sudaba como un puerco ese jabao:
-Sí, esto siempre está tranquilito a esta hora, hasta la Fotógrafa se fue hace un rato, seguro que a bañarse.
Me quedé frío, sin habla. Y como quien no quiere la cosa, le pregunté quién era esa. ¿No sería una trigueñita flaquita, siempre vestida de negro, con un pañuelo en la cabeza…?
Ella misma era. Resulta que noche tras noche iba allá, y también a tirar fotos medio escondida, la mayor parte de la gente ni se llevaba el pase. Para el jabao gordo era un loca más, pero como estaba limpia y no se metía con nadie ni armaba escándalo, a veces hasta le guardaba café. ¿Qué desde cuándo estaba viniendo? A ver… y sacó cuentas con los dedos: él llevaba como ocho años en Calzada y K, y antes estuvo Toribio, que dice que ya iba, así que por lo menos desde el 95…
¿Diez años? Ahí fue cuando se me metió entre tarro y tarro hablar con ella.
Mirando pa´ atrás ahora ni sé bien por qué fue. Desde que salí del Combinado había tenido mis cositas, claro, que uno es hombre y después de dos años sin mujer las ganas halan, pero ni me pasó por la cabeza ajuntarme en serio con ninguna… todavía es y tengo demasiado fresco lo de Claudia, cabrona hija e´puta.
Pero aquella flaquita me intrigaba. La esperé un viernes por la tarde. Cuando salía, tiré el cigarro todavía por la mitad y le solté a bocajarro: -Hola. Tengo que hablar contigo. A mí me dicen…
-… el Puya- completó ella, mirándome a los ojos. Los suyos eran grandes, castaños y como mojados. Raros, pero no feos. No sé cómo no me había fijado antes. –y trabajas aquí de sepulturero hace como un año. ¿Quieres venir a mi casa?
Así, de carretilla. La tipa difícil del cementerio ¿se me estaba regalando, a mí? El Zambo no hubiera aceptado, decía que ya estaba enviciado, que fuera de Colón no se le paraba el tareco ni con Julia Roberts. El Buitre tampoco: él no iba a casa de nadie desde el machetazo que le dieron en el barrio del Canal. Lo cazaron dormido en casa de una puta que iba a ver a cada rato y no pudo ni denunciar a nadie porque había María Juana de por medio.
Pero yo acepté. El que no la debe no la teme. O el que se la debe a todo el mundo ya todo le da igual.
Fuimos caminando y no hablamos mucho. Sobre todo ella. Le pregunté si sabía por qué me decían el Puya. Dijo que se lo imaginaba, pero que no le importaba, y aquello me gustó. Qué por qué me estaba llevando a su casa si acababa de conocerme, que si no tenía miedo de que la asaltara, la violara o algo así, y ni siquiera me respondió, lo que hizo fue encoger los hombros como si tampoco le importara.
O a lo mejor es que se fiaba de mí. El mismo Buitre decía todo el tiempo que mi cara inspiraba confianza, que parezco buena gente, incapaz de matar a una mosca. Eso también debía pensar Claudia, y por eso quiso joderme la muy singá… y bien caro que le costó.
Vivía por Paseo y 17, en un pasillito metío pa´dentro. La Habana ya no es lo que era, hasta El Vedado se está llenando de solares y cuarterías. El Buitre siempre estaba conque la culpa es de los orientales que no se quedan en su tierra, y ahí mismo saltaba el Zambo que él no volvía pa´ Contramaestre ni aunque le dieran candela, que allá el único futuro que tenía era como bestia de carga, por eso vino para La Poma, para ser persona.
-No te fijes en el reguero-dijo ella cuando abría la puerta del cuartito. Todas las mujeres que he conocido dicen lo mismo cuando te invitan por primera vez a su casa. Claudia también.
Encendió la luz.
En lo último que se me hubiera ocurrido fijarme era en el reguero. El cuartito no era nada del otro mundo, de esos de puntal alto pero chiquitico, no sé por qué no habría hecho una barbacoa si a duras penas cabían la cama, un escaparatito desflecado y una mesa con dos sillas. Ni cómoda ni espejo ni nada. La puerta por la que entramos y una sola ventana.
Y las fotos. Muchas fotos. Nunca había visto tantas fotos juntas.
Todas de gente en el cementerio, o en la funeraria. Los vivos vestidos de negro o normal pero serio, con caras largas, llorosos y con pañuelos. Dándose balance en los sillones de la Funeraria. De pie en tristes grupos familiares al lado del panteón. Caminando detrás del carro con el ataúd.
Y los muertos con los ojos cerrados, tranquilos, bocaarriba, con esa tranquilidad y esa dignidad que parece que tienen todos aunque en la vida a lo mejor hayan sido unos locos histéricos.
Pero cada rincón de las cuatro paredes estaba lleno de fotos. Las había amarillas de puro viejas, en blanco y negro, en colores azules como esas que se tiraban con los rollos Orwo, recientes y brillosas, digitales impresas en computadora. También dos o tres páginas de revistas, y de periódicos, las más amarillas de todas.
Eran tantas que se montaban unas encima de las otras, medio tapándose, que parecía como si quisieran trepar hasta lo alto, hasta el techo. Y en dos o tres partes casi lo alcanzaban.
Ella se había sentado en la cama, con las piernas muy juntas, seria, como esperando a que yo terminara de vacilar su casa.
-¿Estás preparando una exposición o son familia tuya? –le pregunté por decir algo y nada más abrir la boca supe que era una pregunta imbécil, pero ya estaba hecha.
Ella se levantó y acarició algunas fotos, casi con cariño, sin contestarme. Luego abrió el escaparate de un tirón. Había varias cámaras, desde una Zenith rusa de las viejas hasta otra grandísima, no sé si Canon o Pentax, que se veía que era buena, de las que cuestan un ojo de la cara.
-Yo tú no le enseñaría ese tesoro al primero que viene a tu casa- se me ocurrió decirle, y de nuevo sentí que estaba hablando mierda- cualquiera te da un trastazo por llevarse esos hierros, se ve que valen lo suyo.
Nada. Como si hablara con la gente de las fotos. Se me quedó mirando, fijo, con aquellos ojos mojados, enormes, un rato que me pareció interminable, y al fin suspiró y se quitó el pañuelo de la cabeza y se soltó el pelo. Lo tenía hasta los hombros, gordo y negrísimo, como las mulatas achinadas, pero salpicado aquí y allá de canas.
-Qué desastre de ama de casa soy, no tengo ni café para brindarte- volvió a sentarse en la cama, sonrió, y era como una sonrisa vista a través de tela de mosquitero: lejana, opaca –la verdad es que nunca como aquí, ya ves que ni fogón ni refrigerador tengo.
-No vine a tomar café- fue lo único que pude decir. Estaba incómodo y me entraron ganas de irme; es más, de no haber ido nunca allá con ella.
Pero a lo hecho, pecho.
-Ya sé a qué viniste- suspiró ella, y se abrió de un tirón la blusa negra. Un botón saltó y rodó debajo de la cama. No usaba ajustadores, ni los necesitaba. El gordo Cadalso tenía más tetas que ella.
El Buitre siempre estaba jodiendo con aquello que una novia sin tetas más que novia es un amigo. Pero ella no era mi novia, y además tenía los pezones y las aureolas grandes y casi morados de tan oscuros.
Me zafé el cinto.
No fue un gran palo. No me acuerdo muy bien, o a lo mejor no quiero acordarme. Nada de esas locuras que se pasaba la vida contando el Zambo, de tipas con el chocho afeitado que te la maman con tantas ganas que se mete la sábana por el culo, que daban el culo hasta sin que se lo pidieras y se venían 5 ó 6 veces antes de dejarte medio seco. El Buitre decía que era verdad, pero a lo mejor lo que el Zambo había visto demasiados pellejos y se le habían subido a la cabeza.
No. Ella era flaquita y ni siquiera se quitó toda la ropa. Tampoco se movía mucho, ni sudaba, ni gritaba ni arañaba. Solo estaba ahí, cerró los ojos y se dejó. A lo mejor fue por eso mismo que me demoré tanto.
Cuando acabamos encendí un cigarro y me quedé fumando acostado, como en las películas.
-¿Y ahora? – dije, pero estaba hablando conmigo mismo.
-Ahora, lo que sea- contestó ella, bajito, y se acurrucó en la cama, lejos de mí.
Le solté la pregunta de los 64 000: -Dime ¿por qué todas esas fotos? Todas las noches en la funeraria, todos los días en el cementerio… ¿cuándo duermes? ¿No trabajas? ¿Tu familia te manda dinero?
-No duermo. No trabajo. No tengo familia- dijo ella. Se levantó y empezó a vestirse –Y tú mejor te vas. No eres lo que yo creía, Puya.
Aquello me puso frenético. Me jode que la gente espere cosas de mí sin decírmelas. La cogí por el brazo y la sacudí, gritándole:
-¿Y qué cojones esperabas? ¿Qué te partiera el hígado, te dejara tirada y me fuera con todas tus cámaras?
No se resistió. Sonreía.
Era el colmo. La solté y me vestí sin decir nada, encabronado. Ninguna mujer iba a volver a jugar conmigo, nunca. Lo juré aquel día con cada uno de los quince punzonazos que le di a Claudia por echarme pa´lante.
Cuando ya iba a salir, con la mano en la puerta, me fijé en un recorte de periódico enmarcado, encima de la cerradura, Solo, sin más fotos alrededor.
Estaba en inglés, y yo no entiendo mucho el idioma de los yumas. Nada más que pude reconocer la palabra “balseros” que estaba en español. Pero había dos fotos.
Una era de esas clásicas de familia, con hombres y mujeres bien vestidos alrededor de una mesa con un cake. Una niña de nueve o diez años soplando las velitas. En la otra la misma niña llorando y dos policías rubios y enormes con gafas oscuras llevándola cogida de las manos.
La niña era flaca y trigueña, con ojos grandes y mojados.
Entonces entendí por qué sacaba todas aquellas fotos.
¿Qué se dice en esos casos? Nada sirve de alivio, ni de consuelo, ni de nada.
Pero por lo menos lo intenté: –Disculpa. No sabía…
-Elián tuvo suerte después de todo- dijo ella como disculpándose –Por lo menos la madre y la abuela se quedaron aquí.
-¿Cuándo fue? ¿Solo te salvaste tú?- pregunté, muy bajito.
-Toda la familia. Se fueron cayendo uno a uno, la última mi madre, después de amarrarme a la balsa. Estuve tres días sola en el mar hasta que me recogió el Coast Guard. En el 84- suspiró –Como no quedó nadie en Cuba para reclamarme, me dieron la ciudadanía inmediatamente. Y en el 95, cuando cumplí los 21, pedí repatriación. Aquello no era para mí. Pero esto…
-Esto ya tampoco ¿no?- completé la idea.
-Es como si me hubiera quedado para siempre en el mar, entre Cuba y la Florida, sin llegar a ninguna parte. La vida es una mierda ¿no?- se volvió a sentar y de pronto me dijo, casi con furia –Llévate una cámara si te da la gana, pero si no te vas ahora mismo me pongo a gritar.
Estiré la mano, agarre la primera cámara que vi y salí. ¿Qué más iba a hacer?
Mi mala suerte suerte de siempre. Tenía que ser la Zenith. No pude sacarle ni 10 fulas.
Después nos cruzamos varias veces en Colón. Sin hablarnos, como si no nos conociéramos, como si aquella noche nunca hubiera existido.
Tres meses más tarde dejé la pincha de sepulturero y me fui a trabajar haciendo pizzas con un vecino de mi tía. Muy a tiempo: al Buitre y al Zambo los cogieron como a la semana de yo irme. No hay busca que dure para siempre ni luchador tan cabrón que nunca lo agarren. Les echaron como 10 años, 15 al Buitre por ser el Administraidor.
Hace poco oí que habían violado y matado a una tipa que tiraba fotos en el cementerio. Pensé que podía ser ella y no supe si llorar o alegrarme. Pero como nunca me dijo su nombre, y de todas formas aquí esas cosas nunca salen en los periódicos ni en el noticiero, no puedo estar seguro.
Lo de las pizzas también explotó, ahora estoy pedaleando en un bicitaxi por el Barrio Chino. Se ganan sus faos, pero todas las noches llego con las piernas hinchadas.
La vida será una mierda, pero es lo único que hay. El presente, seguir tirando. A veces me gustaría volver a encontrármela, para poder decírselo.

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